La Reina de Barro

sábado, 3 de abril de 2010


Marta… Martaaa…. ¡MARTA!

Abrí los ojos lentamente como si me fuera la vida en ello. ¿Qué narices pasaba? ¿Era necesario despertarme así? Mis amigos seguían hablando atropelladamente pero no era capaz de captar las ideas. Aún estaba medio dormida.
Conseguí entender algo como “si no te das prisa, te dejamos aquí” Me desperecé y fui al baño a lavarme la cara. No me gustó demasiado la imagen que me devolvió el espejo de la habitación del hotel pero no tenía mucho tiempo. El rodaje había acabado hace un par de días y la producción nos había permitido quedarnos en aquel pueblecito hasta la premiere así que apenas me quedaba un momento para conocer los alrededores.
Era una villa encantadora. Las cuestas de adoquines interminables, las gentes risueñas y despreocupadas, los magníficos parajes que la envolvían,… Pero si algo sobresalía por encima de todas esas cosas, era el laberinto. Se encontraba a las afueras, más allá de la muralla y abarcaba un extenso espacio de las tierras de aquel municipio. Él era la principal razón por la que se había decidido grabar la película en un lugar tan perdido de la mano de Dios.
El laberinto era un enorme jardín lleno de flores, plantas y hermosas fuentes. En su centro se encontraba el Lago de Hielo. Era conocido así por sus gentes debido al color azulado blanquecino de sus aguas lo cual era bastante extraño para una fosa de aguas estancadas. Nadie sabía cómo ni por qué, pero siempre se mantenía limpia.
Corrían tantos rumores y leyendas acerca de los orígenes de aquel jardín que su verdadera historia se había perdido hacía ya muchos años, pero la más bonita de todas las historias era la de Naieria, la niña duende que servía de guinda al lago. Su imagen presidía aquellas hermosas y frías aguas en la figura de una estatua infantil de sorprendente calidez humana.
Tardé más de una hora en llegar hasta el eje del laberinto aún llevando conmigo el mapa. Mis amigos habían cumplido su amenaza y habían salido mucho antes que yo del hotel de modo que no tenía ni idea de dónde podrían estar. En el fondo era hasta de agradecer, nunca venía mal un poco de soledad. Además, aquella mañana parecía que los turistas habían decidido visitar otro sitio todos al mismo tiempo, porque no había ni un alma alrededor del lago.
Curioseé un rato por los bordes jugueteando con el agua, dejando que el frío penetrara en mi piel y después permitiendo que el viento de verano me ayudara a recuperar su temperatura original. No soy capaz de calcular cuánto tiempo pasé dedicándome a este juego pero cuando me quise dar cuenta, el sol ya miraba fíjamente a Naieria y hacía relucir sus cabellos de platino bajo la piedra.
Desde luego que aquella era una estatua bellísima, era condenadamente difícil apartar los ojos de ella y no sentirte mal después. Una pequeña droga con ojos vacíos.
Me acerqué a ella y traspasé el cordón de seguridad que la separaba de los curiosos descuidados como yo. Me agaché y la observé en cuclillas silenciosamente desde el suelo. Hubiera dado lo que fuera por saber quién realizó tal obra maestra; realmente parecía una expresión humana.
Inconscientemente, alargué la mano y rocé la mejilla de la niña. Un contacto duro y vacilante correspondió a mi caricia y un rostro angelical sonrió frente a mí.
No, no estoy loca y no, no me asusté. ¿Acaso aquello no era lo más normal del mundo?


- Hola, Naieria – saludé dulcemente.
- Gracias por venir a verme – respondió con sencillez.
- ¿Eres tú la que mantiene estas aguas limpias?
- Esta es mi tumba, esas son mis flores y el lago es mi epitafio. Es lógico que desee que esté limpio – comentó con un tono de voz infantiloide.
Me senté a su lado y no volví a abrir la boca. La niña comenzó a narrar su historia.

"Mi madre era hermosa, Marta. Muy hermosa. O al menos yo la veía así. Siempre me cuidaba y arrullaba al dormir a pesar de las muchas preocupaciones que la incomodaban. De todas ellas, yo era la más grande. Mi seguridad era su pesadilla.
¡Oh, Marta! Yo no la culpo de nada, ella hacía todo por mi bien.
Aquella noche los hechiceros volvieron a sobrevolar los cielos buscándome. No te diré para qué me querían porque es demasiado horrible, pero mi madre lo sabía y su obsesión era protegerme.
Desperada, me llevó al interior del bosque hasta que encontramos un barrizal. No parecía demasiado profundo y ella decidió que ése sería mi escondrijo. “Naieria”, me dijo, “coge mucho aire, aguanta la respiración y en cuanto haya pasado por encima de nosotras y ya no te sientan, te sacaré”. Hice tal y como mi querida madre me dijo. Me tomó en brazos y me introdujo en el barro.
Mi cuerpo se fue hundiendo más y más sin que yo pudiera hacer nada. Apenas pasaron unos segundos, pero fueron suficientes para que los brazos de mi madre ya no fueran capaces de alcanzarme.
La vida se me iba escapando y no pude más que aferrar mi alma al fango y esperar que él cuidara de mí de ahora en delante.
Mi madre nunca se perdonó a sí misma y mandó construir este jardín y este lago. Aguas limpias y puras que eliminaran el sucio barro de mis entrañas. "


Vi sus rostros. El de Naieria desapareciendo en el lodo y el de su madre desencajado de dolor al no poder alcanzarla. No. No podía permitir que se estrenara una película contando esa historia. Les pertenecía sólo a ellas.

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