Vuelta a casa.

domingo, 20 de junio de 2010


Despacito, muy despacio… El tren comenzó a andar dirigiéndose a alguno de sus destinos. Estaba tan acostumbrada que viajar y respirar ya eran casi una misma cosa. Me dolía un poco el brazo, pensaba mientras me masajeaba el músculo en un intento inútil de arreglarlo. Seguro que me había hecho daño al trepar los escalones que separaban el simple suelo de los mortales de la sucia entrada del vagón número once. Los había contado, sólo eran tres. ¿Por qué entonces me parecía que estaba escalando el Everest? Además, cualquier error de cálculo amenazaba con terminar la sesión con tu maleta en las vías dado que había una buena distancia entre el coche y el andén. Respire hondo y meneé la cabeza pensando en Renfe como la madre que ve que su hijo acaba de llegar con la camiseta cubierta de chocolate y una sonrisa de payaso marrón.
Unos cuantos asientos por detrás dos chicas conversaban animadamente de modo que todo el vagón pudiera enterarse de su vida privada. Decidí darles algo de intimidad y me puse los cascos.
En ese momento, se sentó a mi lado un cenicero y me saludó. Le devolví una sonrisa cordial ligeramente forzada y continué marcando el ritmo de la canción con los dedos sobre mi rodilla. Era un cenicero educado y no volvió a molestarme en todo el viaje.
Si hay una cualidad que tienen los trenes, ésta es la de conseguir que una actividad que podrías desempeñar durante horas en tu casa, dentro del tren te aburra en menos de treinta minutos. Esto me llevó a dejar mi música durante un rato y coger un libro. Hoy tocaba… ¡oh, bien! Un clásico. Sonreí para mis adentros y acaricié las tapas… Cumbres borrascosas.
Perdí la noción del tiempo y el espacio durante un buen rato, pero por desgracia, los baches no pasan en balde y acabé mareándome.
Dejé de nuevo el libro a un lado y retomé mi música mientras miraba por la ventana.
Verde, oro, otro verde, marrón, otro verde más, de nuevo oro… Los campos de trigo balanceándose con el viento se me antojaron olas del mar que pasaba demasiado rápidas como para poder prenderme de ellas.
Y así, sin estar aún preparada, llegué a mi destino. Según salía del vagón, eché un último vistazo a mis compañeros de viaje. Las chicas chismosas se habían dormido, el señor de la quinta fila buscaba el tesoro perdido de América en su nariz, el cenicero me hacía un gesto de despedida, la mujer de la chaqueta morada me miraba sin parpadear,… Bon voyage, mes amis!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Escribes muy bien, me encanta además cómo vas describiendo lo que sucede durante el viaje :3

Publicar un comentario