Conociendo Nameless

martes, 20 de enero de 2009


Sólo quiero contaros una historia absurda e irracional. La historia de mi vida aquí, en Nameless.
Tengo claro por qué llegué a Nameless, atravesé el cañón y vi a lo lejos la puesta de sol y no pude más que seguirla. Quizá no era una puesta de sol, porque aquellos magníficos colores no existían en este mundo, bueno, en mi anterior mundo. Recuerdo haber intentado sacar una foto con el móvil la primera vez que la vi, pero no quedaba reflejada. Era como si aquella luz se escondiera ante lo rudimentario y estúpido de mi aparato.
En cualquier caso, crucé el cañón. La pregunta era, ¿cómo había llegado al cañón? No tenía ninguna memoria de aquello, sólo sabía que estaba en el cañón.
Era una superficie rocosa y arenosa, de colores rojos, cobrizos y anaranjados. Las imponentes piedras se alzaban a cada uno de mis lados, indicándome el único camino a seguir. Técnicamente, esto era mentira. Podría haber ido hacía atrás, pero seguí a aquel extraño sol. Ahora ya nunca sabré lo que había en el otro extremo. Ni me importa.
No tardé mucho en llegar a la ciudad. La ciudad no tenía nombre y yo la bauticé como Nameless, lo cual era una osadía por mi parte ya que ni siquiera conocía a sus gentes. No comprendía que si carecía de nombre era porque no lo necesitaba.
No entraré a explicaros cómo distinguían esas gentes las ciudades porque, como ya he comentado, esta historia es absurda. Simplemente lo hacían y punto.
No me planteé si volvería a algún lugar anterior de residencia o no porque toda mi existencia se reducía en mi mente a los recuerdos del cañón así que, consecuentemente, decidí que lo más sensato era buscarse una forma de ganarse la vida, comida y un hogar.
Supongo que ninguna chica de 21 años en su sano juicio pensaría algo así en tal situación. Creo que lo lógico sería “¿cómo he llegado aquí?, ¿de dónde vengo?, ¿qué voy a hacer ahora?” Sin embargo, a mi me importaba un comino. Era yo, fuese quien fuese y estaba allí, estuviese donde estuviese. ¿Qué información adicional era necesaria?
No podría asegurar a estas alturas la definición de normal porque los humanos afirmamos por comparación y yo no tenía con qué compararlo, pero “sabía” que aquella ciudad era normal.
Me dirigí a un supermercado y entré a hacer la compra para llevarla a mi casa. En esos momentos no tenía una casa, pero ya aparecería. Pronto, me uní a un padre y una hija, de mi edad aproximadamente, que también estaban comprando. No charlamos mucho, pero me invitaron a coger lo necesario como si automáticamente hubiese quedado claro que yo era la pieza que les faltaba en el intrincado de su vida.
Creo que era exactamente eso.
Pagamos la compra (su dinero ya era el mío) y nos dirigimos en coche a casa (su casa ya era la mía)
No existió ningún momento de presentaciones. Porque allí nada tenía nombre y no eran necesarios. Cada uno sabía quiénes eran los demás y cómo dirigirse a ellos.
Mi hermana, con la que yo había vivido toda mi vida hasta donde yo era consciente, iba a la universidad y dejaba sólo a Padre en aquella enorme casa con apenas cuatro muebles. Ahora yo era su compañía.
Mi próxima tarea era buscarme un trabajo que permitiese traer un sueldo a casa para ayudar con los gastos y que mi querida hermana pudiese estudiar, que era el sueño de nuestra familia. Y yo era feliz con mi papel porque como nunca había deseado nada, cualquier estúpido logro me parecía un gran paso en mi autodeterminación.
No volví al cañón y nunca más vi aquella puesta de sol.

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