Corazón

jueves, 22 de enero de 2009

Sabía que todo aquello era culpa mía. Era mi incoherente afán por acercarme a las cosas que no me convenían lo que me había llevado a esta situación.
Ahora mi familia estaba muerta por mis imprudencias. Tenía una imagen clara y vívida de cómo había ocurrido.
Él me había perseguido para hacerme suya, suya en su sádica manera y mi familia se había interpuesto. Primero mis padres, luego mis hermanos,... Uno por uno habían caido como frágiles muñecos de trapo tras unos agónicos chillidos. ¿Realmente dolería tanto?
Una parte de mí, la más humana era consciente de que debía huir. El instinto primitivo de supervivencia del hombre y el temor a los desconocido de la muerte me impulsaban a mantenerme viva. Pero su sonrisa... esa sonrisa me hacía pensar que todo lo que podía anhelar era morir en sus manos.
¿Cómo describir lo dicotómico de esta sensación? Querer morir y vivir a la vez. Odiarle, temerle y desearle al mismo tiempo. Definitivamente estaba loca y había sacrificado la vida de aquellos que me amaban en vano.
Este pensamiento me hizo comprender que, aunque sólo fuese por su memoria, debería sobrevivir, así que corrí por el pasillo de mi casa hasta el salón en un intento desesperado de saltar por el patío del primer piso. Por supuesto él me seguía, impávido, tranquilo y con aquella siniestra y cautivadora sonrisa dibujada en su rostro.
No sabría explicar cómo pero al atravesar la puerta del salón, éste se había convertido en la biblioteca de mis sueños. Aquel antiguo edificio de estilo gótico con sus bóvedas y aquel corredor eterno. Quizá fuese un pequeño regalo de despedida de mi ejecutor o quizá fuese que ya no era capaz de distinguir entre realidad y ficción.
Sus pasos resonaban en aquel habitáculo con un eco histórico, serenos y calmados. Totalmente dispares a los míos que eran torpes y atropellados. Caí un par de veces al suelo y me incorpore como si fuese una autómata. Unos metros más y habría llegado al patio.
Intentaba con todas mis fuerzas no mirar hacia atrás y vislumbrar su sonrisa porque ello me hubiera detenido en mi intento de salvar la vida.
Finalmente y ante mi incredulidad, conseguí llegar.
Fuera hacía un frío increible, el suelo estaba completamente blanco y la nieve formaba una trampa mortal en mi caida al vacío.
Él ya estaba fuera, conmigo, preparado para su frenesí cuando apareció alguien más... alguien conocido.
Proferí un chillido inaudible al darme cuenta de que el jaleo había despertado a mi vecino y había salido en mi ayuda. Llevaba en las manos un barra de hierro, pero sabía perfectamente que sería inútil y que acaba de sentenciarse a muerte.
Él (siempre él) se acercó a mi pobre vecino, el cual me había visto nacer y crecer y alargó la mano hacia su pecho. El pobre hombre no tuvo ni tiempo de reaccionar porque Él, había introducido la mano hasta su corazón y lo había estrujado hasta que había cesado en sus latidos.
No había rastro de herida, ni de perforación, ni de sangre... sólo un corazón inerte.
Fue en ese momento cuando cometí el error que me llevó a la muerte.
Caí hacía atrás presa del pánico y la tensión muscular y miré su rostro, empapándome de nuevo de su sonrisa que me invitaba a morir por él.
Y eso hice. Cedí a mis instintos más absurdos desde el punto de vista evolutivo y dejé que me tomará en sus brazos suavemente. Desabrochó mi camisa posó su mano en mi pecho y noté como iba traspasando mis tejidos hasta llegar al corazón. Me miró a los ojos y sin dejar de sonreír experimenté la sensación más dulce de cuantas había vivido: mi muerte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola hermanita, me alegra ver que escribes algunas cosillas, a veces es bueno desconectar un rato. Puesto que ahora ando un poco mal de tiempo sólo me he leído ésta, y me pienso leer la anterior también, me ha gustado ^^. Parece ser que soy el primero que comenta, tienes que hacer más spam por ahí!

Un besito preciosa, a ver cuando hablamos u.u! :****

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